Las metáforas espaciales de Emilio Prieto
Después de unos años –¿tres, cuatro?– sin exponer Emilio Prieto lo hace ahora y por partida doble. Unas setenta obras son los frutos de su silencio expositivo y de su meditación y labor. Cuando un artista, significativamente importante, no expone, es que algo le pasa. O cambia o depura. En el caso presente, afortunadamente, es esto último. La pintura de Emilio Prieto es muy peculiar en nuestro panorama. Sencilla en apariencia, su obra no es de las que se olvidan fácilmente. He hablado de depuración. Quien conozca la obra de este pintor, tan sutil, tan alambicada, pensará en la dificultad de depurarla todavía más. Exagerando, se podría decir que hay pintores que pintan un cuadro muchas veces y otros que pintan muchos cuadros en uno solo. Yo prefiero los primeros, aquellos en los que en su obra hay “distinción”, sobre los que en su obra hay “variación”. Tómese “distinción” en lo que tiene de distinto y de distinguido. Tómese “variación” en lo que tiene de variado, de variado... surtido. Las diversas etapas de un artista son otra cosa, claro. Emilio Prieto concita en su pintura tres elementos primordiales: la figura, el color y la línea, citados por orden de aparición en escena. Con ellos suscita un cuadro: el espacio. Veamos brevemente las peculiaridades de cada uno y el modo como se engranan.
LA FIGURA.–La figura es “figurativa”, quiero decir arrancada del mundo visible, inmediato. El artista se vale, casi siempre, de fotografías para esta parcela de su trabajo. Periódicos, revistas o fotografías tomadas por él mismo. Casi siempre intantáneas que luego reelabora, pero que dotan a su labor de vívida inmediatez. La importancia de la fotografía y su influjo en la pintura de hoy es grande. En realidad lo ha sido desde su nacimiento, oficialmente el 7 de enero de 1839. La relación pintura-fotografía ha pasado desde entonces por múltiples vicisitudes y un relato de los préstamos y débitos entre ambas técnicas escapa a los límites e intenciones de este texto. En la pintura de Emilio Prieto la fuente fotográfica es descontextualizada, convirtiéndose así la figura en un mero elemento plástico. Aunque en su aspecto final la figura y su sombra es muchas veces una simple alteración en la monocromía del plano, un titilar en el espacio del cuadro, comienza siendo un todo acabado y multicolor. Luego del proceso de elaboración que he mencionado, la versión pictórica se va homogeneizando y dotando de auténtica significación en el contexto de la obra.
La figura es colocada en su lugar, que no es un lugar cualquiera, sino el lugar que el pintor necesita para la totalidad que es cada cuadro. Sea la actitud de la figura en reposo o en movimiento, su utilización plástica es siempre en equilibrio dinámico. De ahí la importancia de su colocación. Los cuatro límites del cuadro entran en juego. Ellos son los puntos cardinales que el artista tiene en cuenta. Las figuras son tanto personas como animales o cosas. Alguna vez un grupo. Casi siempre la figura aislada. De vez en cuando surge la serie de obras sobre una figura. Casi siempre la secuencia queda abierta, sin ser agotada. Los perfiles son nítidos, pero permeables al color unitario. En tiempos eran frecuentes las luchas, las carreras, los encuentros de varios personajes. Me parece advertir cada día más acentuada una tendencia a la figura sola, al ser aislado –persona, animal, cosa que está ahí–. Un particular Dasein del pintor.
EL COLOR.–Esbozada de un modo rápido la figura y su función, veamos la del color. La primera cualidad que se me ocurre nombrar es que es claro. Quiero decir más cerca del blanco que del negro. En cada color están todos los colores –no es metáfora–, sólo la proporción varía. Nunca un gris será de blanco y negro, ni un violeta de rojo y azul, ni un verde de azul y amarillo. Nunca siquiera, un gris es gris; un violeta, violeta; ni un verde, verde. Serán, gris azulado, malva, ocre verdoso, verde azulado... Ni tan sólo nombrarlos es tan fácil. El color dota de eficacia al encuadre de la figura, la invade en su orientación respetando sabiamente perfiles esenciales y destruidores. Un poco más y la ocultaría, un poco menos y la figura sería la consabida figura sobre un fondo. Ni una cosa ni otra ocurre. ¿No hablé antes de equilibrio? Pues equilibrio hay también en el empleo del color, del color innombrable procedente de innumerables colores, de sus mezclas y encadenamientos.
LA LÍNEA.–La línea es recta, horizontal y gruesa. En puridad es un rectángulo. La línea, dejémoslo así, está situada respecto a la colocación de la figura. No marca el nivel del horizonte, no contribuye a completar la figura, imagen válida por sí misma. Tampoco es solamente para lograr una profundidad que sería únicamente una variedad de la explotación óptica del arte clásico. La línea crea la peculiar concepción espacial del arte de Emilio Prieto. No crea ángulos ni planos, irradia profundidad, invade, señala y hace posible un ámbito nuevo al contrastar con los otros elementos del cuadro. La figura, que ya dije es reconocible, posee perfiles precisos, pero supeditados a su función figurativa, mixtos de rectas y curvas. La línea no; es recta, muda. El color es innombrable o al menos no reconocible con precisión, la línea es blanca. Juega el autor con lo que nos presenta, neto; y lo que nos sugiere, casi oculto, precisa silueta que nos permite distinguir entre los árboles, qué árbol; entre los animales, qué animal; entre las personas, si de hombre o mujer se trata. La línea en su lugar, viene a dotar de sentido a todo. Su rigidez hace más dinámica la composición, su color más vibrante y rico al de la obra.
Es con estos tres elementos que, individualizadamente, he tratado de describir con los que Emilio Prieto juega para la creación de su personal ámbito espacial. Si el Renacimiento encontró la solución óptica para lograr la ilusión de profundidad, el academicismo lo convirtió en fórmula. Desde el cubismo el arte contemporáneo encuentra en la exploración polisensorial una de sus más válidas razones de ser. Cierto surrealismo o, mejor, algunos surrealistas –Dalí,
Tanguy, a veces Ernst– fatigaron en su búsqueda de un paisaje onírico y desolado el empleo de la figura aislada en un espacio. Pero cuidaron la profundidad, pusieron o supusieron el horizonte, límite más o menos lejano en la obra. En las metáforas espaciales de Emilio Prieto no se concita la angustia onírica, ni tiene lugar lo viscoso como refuerzo. Cada elemento es una cota espacial que la línea tensa, que la figura, signo indescifrado pero plásticamente definido, valora; que el color recubre sin ocultar. Un espacio en expansión, silencioso,
intemporalizado. Una obra cuya trascendencia es la misma inmanencia que de elementos puramente plásticos inapelablemente se deriva.
José María Iglesias
Bellas Artes 77. Madrid, cuarto trimestre, 1977
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